Es dudoso que hoy en día Borges pudiese agotarse los insomnios, como solía, caminando a buen ritmo toda la noche por Buenos Aires, en compañía de Estela Canto, Mastronardi, Xul Solar o Manuel Peyrou. Pues ahora resulta peligroso. Tanto, a juzgar por lo que dice la gente, ilustra en amarillo la televisión, o se siente en cualquier desierta calle del centro un solitario domingo por la tarde, que uno podría preguntarse —además de otros peligros como el de que las aceras de la ciudad parezcan obstáculos de un concurso de saltos— si hoy en día Buenos Aires es la misma ciudad de la que salieron —de la que pudieron salir— creaciones tan libres como las del primer Cortázar, Borges, Macedonio Fernández, Silvina Ocampo, José Blanco y aquellos años privilegiados de Sur.
En una intuición indemostrable, me parece que así como algunas páginas requieren del acoso (Sade), la experiencia (Saint-Exupéry) o hasta la urgencia del testimonio tras el peligro (Orwell), creaciones como la del "arte deliberado" de Borges necesitan entre otras cosas de poder andar de noche por la calle sin ninguna preocupación que distraiga la de si seremos capaces de dormir al llegar a casa, preocupación, por cierto, que terminó provocando el célebre "Funes el memorioso".