No es una anécdota el que, hacia el final del libro, Laura Díaz se convierta en una célebre fotógrafa de la no menos famosa agencia Magnum: todo el libro tiene vocación de foto, no sólo en su calidad de testimonio –este es quizá con La región más transparente el libro más cronista de Fuentes– como por su amplio marco. Parece claro que el autor se ha propuesto incluir en su mural a todo aquel que haya tenido que ver, incluso a distancia, en el siglo mexicano, un siglo ni sencillo ni tranquilo, y con una vocación totalizadora de historiador y también de intérprete.
Un empeño a la altura de La muerte de Artemio Cruz (1962; por cierto que Cruz reaparece aquí); Cambio de piel (1967) o CristóbalNonato (1987), por citar sólo algunos de los títulos ambiciosos de Fuentes, con una ambición al viejo estilo, una ambición que se ha vuelto infrecuente o al menos no se suele manifestar de forma tan directa. Tampoco es casual que Fuentes publique Los años con Laura Díaz cuando parece casi inminente el final del régimen instaurado bajo la Revolución mexicana, al menos bajo la forma clientelista y partitocrática que Fuentes no vacila en condenar. Ese es el verdadero aniversario del que habla, y sobre esa revolución –la esperanza que engendró, su corrupción y su relativo fracaso– se vertebra su libro. Y como no podía ser menos en Fuentes, un autor cuyo cosmopolitismo no siempre ha sido comprendido en México, cuyos escritores están, sin embargo, abiertos como pocos al exterior, el siglo mexicano, tejido sobre episodios que él vivió, como la masacre de Tlatelolco (a raíz de ella dimitió como embajador en París), le sirve para reinterpretar a modo de epitafio parte de la historia contemporánea: la revolución del automóvil, la guerra de España, el exterminio judío, el macartismo... con una visión integradora y globalizadora.